Si para alguien la “presencia de Dios” es sentir algo, el dĂa que no “sienta algo”, creerá que Dios lo ha abandonado. Pero Dios dice que nunca nos abandona; el agua viva corre siempre en nuestro interior. JesĂşs no vive en lugares fĂsicos, sino en los corazones de las personas. No es una religiĂłn, es una relaciĂłn. Cristo vino para traernos vida las veinticuatro horas del dĂa, los siete dĂas de la semana. La vida en el espĂritu es más sencilla de lo que solemos imaginar: ¡sĂłlo necesitamos tener a JesĂşs en nuestro corazĂłn!
Para la mayorĂa de nosotros es mucho más fácil aceptar el perdĂłn de Dios que perdonarnos a nosotros mismos. Por eso, en ocasiones seguimos sintiendo culpa por un pecado que ya confesamos, que Dios ya olvidĂł. Nos obsesionamos tanto por los errores del pasado, que nos perdemos las oportunidades del futuro. ErrĂłneamente, pensamos que nuestras caĂdas nos descalifican para que Dios vuelva a usarnos. Sin embargo, la culpa nunca ha sido un combustible que funcione; más bien, es corrosivo y oxidante. Recordemos que Pedro fallĂł tres veces y, aun asĂ, JesĂşs volviĂł a encomendarle su misiĂłn. El genuino arrepentimiento de Pedro, sus lágrimas y la gracia del Señor lo sacaron del fondo del abismo.